Necesitamos productos inteligentes porque cada vez somos más tontos
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Lucy Kellaway
Desde que me dijeron, cuando pequeña, que si no me lavaba bien los dientes se me caerían he sido fanática del cepillo, el hilo dental y enjuagues, lo que me califica como la consumidora ideal para el más inteligente de todos los cepillos dentales inteligentes, el nuevo Oral B Genius 9000.
Para usar este cepillo hay que pegar el celular al espejo del baño al nivel de la boca para que la cámara pueda observarte mientras te lleva en un "viaje a través de placa dental en 28 días".
Mientras me cepillaba, la pantalla se iluminó indicándome en qué sector de la boca estaba trabajando. Esto pudiera haber sido inteligente, excepto que yo ya lo sabía. También midió cuánto tiempo le estaba dedicando a cada diente, algo que mi propio cepillo eléctrico hace eficientemente, y mientras lo hacía me distrajo de mi operación diciéndome (incorrectamente) el pronóstico del tiempo afuera, y lo que acontecía en el mundo.
"¡Impresionante!", me dijo cuando terminé. De nuevo, esto pudiera haber sido agradable, sólo que soy un adulto y ya no necesito que me feliciten por lavarme los dientes.
Los datos de mi cepillada fueron debidamente anotados, para futuras comparaciones, convirtiendo la higiene oral en una divertida competencia conmigo misma. No volveré a usar esta aplicación. Los cinco minutos al día que paso cepillándome los dientes son un momento de relativa calma. Quiero mantenerlos así.
Sin embargo, es casi seguro que este cepillo inteligente será un éxito, al igual que las versiones previas.
Según Procter & Gamble, 250 mil personas usan la aplicación Oral B. Pero este cepillo de dientes inteligente no es el único dispositivo que está atrayendo a la gente. Una amiga me contó con mucho entusiasmo cómo su artefacto inteligente Elvie para fortalecer el piso pélvico —conocido como "tu entrenador más personal"— había cambiado su vida. Ella hace los ejercicios mientras que su aplicación celular le dice cómo los está haciendo y le permite competir con sus amistades en línea. Fitbit y Jawbone ya han convertido a la mitad de la población en caminantes aburridos y competitivos. Oral B y Elvie llevan esto aún más lejos.
El "perrito" para la ropa inteligente es menos indecoroso pero no menos inexplicable, y posiblemente es el dispositivo inteligente más tonto que he visto hasta la fecha. Peggy, que Unilever está probando en Australia, es una pinza de plástico que contiene un termómetro y un higrómetro y envía mensajes al celular que dicen: "Hola, Lucy, va a llover hoy, vamos a secar la ropa mañana".
Heroicamente, la empresa pretende que Peggy permitirá que los padres pasen más tiempo con sus hijos. Esto no tiene ningún sentido, ya que lo que separa a los padres de sus niños no es colgar ropa lavada en días lluviosos; es estar pegados a sus celulares inteligentes.
Los paraguas y las carteras inteligentes son superficialmente más prometedores, ya que impiden que los pierdas, enviando un recordatorio cada vez que se han alejado del teléfono. Pero también pueden ser una pesadez; cada vez que dejas el paraguas en la puerta de tu casa y te sientas en el sofá, el teléfono te dice que el paraguas está fuera del rango.
El más indeseable "avance" de todos es el tampón inteligente. Éste es un tampón normal fijado a un cable que se conecta a un sensor sujeto a los calzones. Cada vez que el sensor cree que es hora de cambiarlo alerta al teléfono. No puedo imaginar por qué alguien quisiera tener el cuerpo alambrado de esta forma y, además, no hace falta. Las mujeres ya tienen dos métodos para saber cuándo hay que cambiar los tampones: mirar el reloj y escuchar a sus propios cuerpos.
Mientras más aprendo sobre la Internet de las Cosas, más pienso que he caído en un mundo imaginario. Acabo de ver un video muy astuto sobre NotiFly, un "interfaz de usuario invisible" que indica cuándo uno lleva la bragueta abierta, y que yo hubiera jurado se trataba de una parodia. Sin embargo, el crédito al final decía Accenture Interactive y ellos no son conocidos por su sentido del humor.
El desorientador crecimiento de la tecnología inteligente es a la vez fácil de comprender y un enigma. La creciente oferta no sorprende. Los fabricantes inventan estas cosas porque pueden hacerlo. La tecnología existe. Es bastante barata. Y gracias a Kickstarter, y otros parecidos, no hay escasez de bobos felices para financiar estos dispositivos.
El lado de la demanda sigue siendo un enigma. El hecho de que haya gente dispuesta a pagar por soluciones inexistentes a problemas inexistentes es la mejor prueba de la irracionalidad del consumidor que nos ha dado el mercado hasta ahora.
La razón por la cual queremos tales artilugios inteligentes es que somos tontos. Y no sólo eso: la tecnología inteligente nos está volviendo aún más tontos. Si ya no tenemos que acordamos de cerrar nuestras braguetas, o mirar al cielo antes de colgar la ropa, y nuestra conversación favorita es sobre quién caminó/se cepilló/apretó por más tiempo, nuestros cerebros van a necesitar ejercitarse con más urgencia que los músculos del piso pélvico.